por
¿Qué tal? Yo aquí de pasadita (demasiadas
tareas), nomás para reportarme y comunicarles los últimos sucesos.
Era casi el mediodía. Había mucha gente en
el gran campo de arena, pues iban a empezar las
semifinales del torneo de voleibol y futbol de playa y estarían muy
emocionantes, y más aún las finales esa tarde. El sol estaba... bueno, sol de
mediodía, ya se imaginarán, pero yo me puse debajo de una ramada pequeñita que
estaba en la mitad del arenal, porque irme hasta los árboles de los alrededores
me daba mucha flojera, y los remolques y casas móviles casi no hacen sombra a
esa hora.
El ruido de la gente se oía algo apagado,
no sé si por el calor o el viento (aunque no era mucho), o si nada más yo lo
oía así; el caso es que de repente oí gritos lejanos, y luego más cerca, y las
vi...
Aves. No sé exactamente qué aves eran, no
se veían muy grandes, pero tampoco pequeñitas como los pajarillos que a diario
se ven en las calles. Llegaron por grupos, pequeñas bandadas, y gritaban mucho.
Sólo volaban, ninguna bajó al suelo. Luego se oyeron más gritos, diferentes,
cuando empezaron a atacar. Yo no vi cómo lo hacían, sólo sé que empezaron a
matar gente, porque los demás empezaron a correr y alcancé a ver los cadáveres
tirados en la arena. Me dio miedo y me metí entre los remolques que estaban más
juntos, y encontré algunos trapos y botes grandes, con los que me hice un
escondite, y ahí esperé.
Pasaron unos minutos y el ruido se calmó.
Saqué la cabeza de entre los trapos y vi un panorama extraño: sobre la arena de
las estrechas calles que formaban los espacios entre los remolques, había
arañas muertas. Muchas, muchísimas, como una alfombra de arañas, pero de las
gorditas como canicas, muy negras. No vi a las aves, así que me aventuré a
salir de mi escondite; al primer paso que di noté un crujido polvoso bajo mi
pie: las arañas estaban secas. Alguien salió de un remolque y caminó sobre las
arañas; le advertí que no se las comiera, pues podían ser venenosas.
Pronto se hizo de noche, y los sobrevivientes
nos reunimos en una calle de la ciudad. Éramos puros jóvenes, no sé si porque
los adultos y niños habían muerto o porque estaban tan asustados que no querían
salir. Nosotros sabíamos que durante la noche estábamos a salvo, así que nos
reunimos para armar alguna estrategia, hacer algún plan, antes de que volvieran
las aves. Entonces llegaron los estudiantes del bachillerato tecnológico en un
camión de pasajeros; bajaron unas cajas del maletero y nos mostraron lo que
habían hecho: Desarrollaron una armadura completa, que cubría de los pies al
cuello, hecha de plástico duro casi transparente, azul claro. Era para
ensamblarse sobre el cuerpo; hicieron la demostración y el muchacho que se la
puso parecía C3PO versión azul traslúcido, sólo le faltaba la cabeza; para la
cabeza la protección era diferente: hicieron cascos de hule con forma de cabeza
de perro, pero no de perro de verdad sino de cerámica.
Como la idea era tan buena, pensé que
serían muy caros los trajes, pero nos dijeron que costarían sólo tres pesos. De
inmediato busqué en mi monedero y saqué los tres pesos, y me compré mi armadura
de plástico y mi casco de hule cabeza de perro. Ahora lo que nos falta son
armas, pues no creo que sea justo que nos dediquemos nomás a sobrevivir,
dejando que diario al mediodía vengan las aves y maten gente quién sabe cómo, y
dejen el reguero de arañas secas.
¿Alguien tiene alguna idea (barata, por
favor) para que podamos acabar con las aves asesinas? Digo, por si las vuelvo a
soñar...
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