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Xenoblade Chronicles es una criatura extraña; no sólo aparece durante el ocaso del Wii, cuando gran cantidad de estudios abandonaron la consola en pos de proyectos más prometedores, sino que surge como respuesta contundente al estancamiento del juego de rol originario de Japón. Su excentricidad maravilla, pues entre altos valores de producción, caudales de contenido y fluidez narrativa, este título abandona desgastados conceptos del género para aportar su propia dosis de frescura, siempre respetando los convencionalismos que hicieron tan popular al RPG. Es una auténtica evolución al rol oriental que ofrece una aventura con buen ritmo mientras desafía nuestra habilidad sin incurrir en lo tortuoso; en pocas palabras y sin ninguna reserva, se impone como uno de los exponentes más virtuosos y mejor diseñados de su ámbito en años recientes, además de ser un deleite de principio a fin.
Pero dejemos las generalidades para dar pie a lo específico. El planteamiento de Xenoblade persigue el más persistente cliché en esta clase de propuestas, ya que nos pone en control de Shulk, un joven huérfano cuyo destino es salvar a su mundo de un terrible mal; sus compañeros de aventura también son estereotipos y toda la trama gira en torno a una mítica espada llamada Monado, capaz de predecir ciertos eventos del futuro. Aunque la premisa se antoja trillada, la narrativa constituye la virtud de la propuesta, pues nos envuelve en un reconfortante relato para después prenderlo en llamas; para ejemplo están los apacibles primeros momentos que experimentamos junto al protagonista donde atestiguamos la muerte de sus amigos y la destrucción de su hogar, y también están sus visiones del porvenir en las que está incapacitado para actuar y cambiar el fatídico futuro de sus colegas.
Lo que comienza como una simple misión de venganza se convierte en una fantasía de profecías ancestrales, maquiavélicas conspiraciones y deidades en guerra; el mundo que recorremos es en realidad el cuerpo inerte de una colosal criatura biotecnológica que murió en combate eones atrás, pero que sigue jugando un papel importante en el desarrollo de los eventos. En el fondo, Xenoblade está saturado de argumento, lo que complica la labor de ahondar en más detalles sin revelar importantes elementos de la trama; diremos que todo lo que sucede da razón a las acciones de los personajes y la interacción entre individuos toma giros inesperados, aunque también actúan en un contexto diferente a lo que dicta la tradición en los juegos de rol. Lo más atractivo es que no se vale de exposición forzada, los cortos cinemáticos se extienden durante pocos minutos y son más bien fluidos, sin incurrir en explicaciones incoherentes.
Por supuesto, cualquier historia se vuelve un capricho innecesario cuando la experiencia de juego es estéril, a lo que Xenoblade responde con una oferta de entretenimiento redonda y completa. Esto es válido partiendo del extenso territorio que puedes recorrer; según sus creadores, es casi del tamaño del archipiélago japonés, y pese a que no tuvimos tiempo de comparar los pasos dentro del ambiente virtual con una caminata en el País del sol naciente para desechar la exageración, podemos afirmar que es absurdamente amplio, por lo que te tomará interminables horas recorrer cada rincón. Frente a tan vasto mundo, es una fortuna que la exploración se recompense con puntos de experiencia por paraje visitado, no obstante, el verdadero beneficio es la emoción de descubrir secretos ocultos en cavernas escondidas detrás de algunas pendientes que parecen llevar a un precipicio o tras una montaña que aparenta no tener fin; cabe decir que tiene sus riesgos, considerando que no hay bordes mágicos ni paredes invisibles, es decir, al llegar al extremo del mundo eres capaz de lanzarte al vacío, obviamente sufriendo las consecuencias.
Entre regiones boscosas y extensas praderas, el ecosistema incluye, como dicta la costumbre, una buena variedad de amigables criaturas y peligrosas máquinas de destrucción, por mencionar algunos elementos. Los pacíficos te dejarán tranquilo mientras no los molestes, en tanto hay seres agresivos que te cazarán incansablemente una vez se percaten de tu presencia; algunos son sensibles al sonido, otros simplemente necesitan verte para lanzar su ataque. Lo refrescante del concepto es que en comparación con otros juegos, tú eliges las batallas, sólo tienes que estar consciente del nivel de tus oponentes, y si tomaste una mala decisión que te lleva a caer fulminado ante el poder de un monstruo, la reprimenda no va más lejos de regresarte a momentos antes de la tragedia, sin perder experiencia ni ítems. Esta tendencia refleja el deseo general de hacer un juego divertido que promueve la fluidez y permite volver a la acción de inmediato, evitando que la experiencia se torne extenuante.
Otro caso ejemplar es que tras el combate tu salud se regenera al máximo de manera automática, para que entables la siguiente batalla en seguida. Además, con frecuencia tendrás tu bitácora saturada de misiones, las que podrás completar conforme exploras, pero nunca te piden regresar a la ubicación de la persona que te encargó la tarea; al cumplir los requisitos, llega el premio de tu esfuerzo instantáneamente y puedes continuar con el siguiente objetivo sin ninguna distracción, ahorrándote la desgastante labor de localizar sujetos. Incluso, pese a que algunas actividades son en extremo dependientes de la hora del día y el clima, puedes cambiar el reloj interno y transportarte directamente al horario deseado, si bien las condiciones climáticas son lo único que se escapa a tu control. Por otro lado, aún si la exploración es un beneficio, no es obligatorio, tanto así que tienes opción de seguir únicamente el hilo principal del argumento, y abandonar el resto; claro, lo conveniente es dejarte llevar por la curiosidad, que por cierto, no se ve limitada a tener que regresar por los caminos que ya conociste, gracias a transportación inmediata a ciertos puntos clave del mapa.
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