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Tras un desarrollo sumamente accidentado, que lo llevó de manos de THQ a las de Crytek y de ahí a Dambuster Studios, por fin apareció Homefront: The Revolution, juego de mundo abierto en primera persona que nos permite vivir la poco verosímil premisa de una ocupación norcoreana de Estados Unidos. A pesar de que en el juego podemos ver ciertos destellos de la calidad de aquellos miembros de Dambuster que participaron en juegos como Timesplitters, el resultado en esta ocasión no es muy satisfactorio: se trata de un mundo abierto bastante genérico, en ocasiones tedioso, con misiones poco inspiradas, grandes problemas de optimización y una integración dudosa entre campaña y sus partes no lineales; un resultado algo triste para el innegable talento de Dambuster, que probablemente se vio rebasado por un proyecto de desarrollo interminable, y sabemos que dichos proyectos casi nunca llegan a buen fin.
Homefront: The Revolution narra un futuro alternativo en el que la República Popular de Corea no sólo logra unificar su territorio peninsular sino lanzar una ocupación sobre los Estados Unidos de América después de una bancarrota que sume a dicho país en el caos. Para que dicha premisa no sea ridícula se ha alterado el curso de la historia en este juego: al parecer, Corea del Norte experimenta un boom tecnológico e incluso inventa los teléfonos inteligentes, lo que la convierte en la principal exportadora de tecnología del mundo. Eventualmente, Estados Unidos se vuelve adicto a los productos coreanos (especialmente en el área militar) y su economía empieza a entrar en declive. Tras una bancarrota unida a una sospechosa falla en los productos militares comprados a Corea que provocan un colapso militar, Estados Unidos entra en caos y se ve obligado a pedir ayuda a dicho país para prevenir un descenso a la anarquía. El resultado es una práctica ocupación norcoreana, primero humanitaria y luego militar.
El juego transcurre en Philadelphia, históricamente la primera ciudad libre en el continente americano, ahora ocupada por un gobierno títere en manos de los norcoreanos. Sin embargo, no todos están resignados en aceptar este destino; nuestro protagonista, Ethan Brady, es un recluta reciente de una célula de resistencia liderada por el carismático Benjamin Walker. Prácticamente en su primer día, Brady debe reunirse con Walker y transmitir cierta información vital a la resistencia; sin embargo, los norcoreanos se enteran de la reunión, interceptan al grupo y prácticamente acaban con él... eres salvado de milagro por Walker mismo, pero no puedes evitar su captura. Ahora, deberás buscar a la resistencia, transmitir el mensaje de Walker e investigar más a fondo las verdaderas intenciones de Norcorea, mientras intentas inspirar en el pueblo la chispa de la rebelión para terminar la ocupación de tu ciudad.
La estructura de Homefront: The Revolution está organizada en torno a un concepto de diferentes "zonas" de mundo abierto con dinámicas de juego propias. La ocupación norcoreana de Philadelphia ha dividido a dicha ciudad en tres sectores. En primer lugar tenemos la zona de combate o "Red Zone". En dicha zona, conformada por distritos industriales abandonados llenos de guerrilleros, los soldados tienen la instrucción de dispararte a la vista y en ella ocurren las operaciones militares más arriesgadas e intensas. Por lo general, en la Red Zone ocurren las misiones que propiamente son guerra de guerrillas. La siguiente es la "Yellow Zone", la población ocupada en la que la vida cotidiana ocurre sin demasiados sobresaltos pero está llena de las injusticias de una ocupación militar: cateos, detenciones, retenes, etcétera. En estas zonas tu objetivo es subvertir a la población mediante acciones de desobediencia, como sabotear infraestructura de los ocupantes, asesinar oficiales, sintonizar radios a la estación de la resistencia, destruir vehículos, etcétera. Eventualmente, cuando tu medidor de desobediencia llegue a 100%, incitarás la revolución entre los pobladores, lo que te llevará a tomar por asalto los pequeños cuarteles de los norcoreanos en la localidad y expandir la influencia de la rebelión. Por último está la Green Zone, la zona en la que los ocupantes se sienten seguros: ¿lograrás llevar la revolución al centro de Philadelphia y volver a apoderarte de tu ciudad?
La Philadelphia de Homefront está planeada como una ciudad que responde a tus acciones, en la que se enfrentan diversos grupos y de algún modo puedes influir la vida diaria de la gente. Sin embargo, el problema es que las misiones y el ambiente son inevitablemente repetitivos y genéricos. El juego cae un poco en repetir la estructura de un FarCry: Philadelphia al final se reduce a un número de "bastiones" que puedes atacar y tomar mediante misiones de historia para expandir tu zona de operaciones. Sin embargo, no están ni la mitad de bien diseñados que en, digamos, un FarCry: Blood Dragon, ni en términos de diálogo, ni en variedad de enemigos, ni en simple diseño de nivel. Encima, los personajes de la campaña no tienen el mínimo carisma: son estereotipos vivientes, desde el cabecilla genérico con estilo de "dude" americano amante de la libertad, el médico con matices de objetor de conciencia, la punketa anarquista con tendencias sádicas, los aliados que se ve que te traicionarán a kilómetros, etcétera. El juego es dolorosamente estereotípico en toda su presentación y desarrollo, y no logra generar en el jugador interés alguno. Incluso está por debajo de Watch_Dogs en algunos aspectos de la historia, lo que ya es mucho decir.
Por otro lado, el juego presenta un extenso sistema de crafting, que te permitirá crear todo tipo de armas subversivas, desde cocteles molotov y bombas caseras hasta carritos de control remoto con C4. Otro aspecto interesante es la personalización de armas: tu pistola es "convertible", de modo que puedes ponerle la parte superior de un rifle de asalto o de un revólver. Esto es bastante cool pero a veces provoca que cambiar de arma rápidamente sea un dolor de cabeza. Por supuesto tienes a tu disposición todo un arsenal de otras armas más convencionales: escopetas, rifles de asalto, carabinas, etcétera. Sin embargo, otros aspectos de inventario son ridículos, como el hacking, sin duda el peor que haya visto en un videojuego: literalmente para hackear una terminal debes arrojarle un aparato que contiene un "hack". En serio. No podía dejar de reír mientras mi instructor de guerrilla me decía una y otra vez "Arroja tu hack".
Por otro lado, un problema del juego es la interacción con los enemigos. En primer lugar éstos son poco variados y genéricos: tipos sin rostro a los que ni siquiera se siente ni bien ni mal matar. Pero el gran problema es que la dificultad del juego está basada en las reservas prácticamente infinitas de Norcorea: si te descubren o te enfrentas a un contingente, sólo te queda escapar porque oleada tras oleada de soldados llegarán por ti. Lo más gracioso es cuando campeas y puedes crear una tonelada de muertos norcoreanos sin ningún sentido. Manejar los vehículos es una molestia, y los controles de la motocicleta son los peores que he visto en un videojuego. En general nada del juego se siente terminado o pulido: Homefront es más un recuadro de ideas interesantes aquí y allá unificadas por un guión pésimo y bastantes problemas mecánicos.
Sin embargo, el carácter cliché del juego tanto en mecánicas como en historia no le valdría una mala nota si no fuera por la pobre optimización y los innumerables bugs que corroen este proyecto. En primer lugar tenemos la cuestión gráfica. El juego está pobremente optimizado. Corre a 20 cuadros en medium en mi R7 370 de AMD, equivalente a una GTX 960: ciertamente no lo óptimo, pero muy decente para la actualidad. Otros sistemas son casos perdidos completamente. Ahora bien, este "medium" incluye muchísimos bugs y errores, desde cosas comprensibles como el clásico pop-up hasta verdaderos horrores con los tiempos de carga con las texturas. El resultado es un juego que supuestamente es de esta generación pero la mayor parte del tiempo parecerá sacado de la era de Half-Life 2, con animaciones exageradas, personajes que caen en loops y rupturas de inmersión a cada momento por el humor involuntario de un NPC que se contorsiona como si fuera de hule o por sus rutinas de IA mal ejecutadas.
El otro gran problema son los bugs. Por supuesto, el diablo está en los detalles, y aquí también el juego puede ser un dolor de cabeza. NPCs que se traban para siempre en un rincón o que te atrapan en un pasillo, la visión de los enemigos que a veces es de miopía severa y otras de halcón, la clásica textura que no carga, el clásico modelo que se convierte en una abominación de H. P. Lovecraft, etcétera. El peor momento, como otros han mencionado, es cuando tu arma deja de funcionar por algún error al salir de un menú o personalización. Ouch. En fin, el juego entero es una galería de defectos, y el resultado final es francamente triste.
Por último, está el multijugador, quizás de lo mejor del juego, aunque limitado. Se trata de una serie de escenarios cooperativos PvE en los que tú y varios compañeros arman su guerrilla propia e intentan vencer a los norcoreanos. Hay modos de defensa y ataque, además de progresión, loadouts personalizados y distintos perks para tus personajes. La dificultad es bastante elevada, lo que hace que valga la pena el reto, y en dichas dinámicas la ambientación del juego funciona bien. Siento que el juego debió apostar más por el multijugador que por la campaña francamente, pero eso implicaría quizás un proyecto mucho más complejo de lo que el estudio podía permitirse. En fin, lo único malo del multiplayer es que se echa de menos un modo PvP: ¿no sería divertido confrontar rebeldes y opresores, o ser los malos de vez en cuando? Sin duda, pero se dejó pasar esta oportunidad.
No todo es malo en Homefront: The Revolution. La trama es genérica, pero no es ridícula ni ofensiva para nuestra inteligencia, sólo olvidable. El juego puede lucir bonito cuando quiere. El mundo abierto a veces logra buena inmersión, y definitivamente da una sensación de distopía que recuerda mucho a Half-Life 2. Hay buen cuidado de ambientación y detalle cuando las texturas se animan a cargar. Por último, aunque el juego repite la fórmula de FarCry, al menos funciona y puede ser disfrutado por fans del género. En general, Homefront: The Revolution es un juego mediocre, que quizá no sería malo si todo funcionara, si los gráficos fueran consistentes, si no pidiera una supercomputadora. Pero en su estado actual... es malo. Por eso debemos castigarlo un poco: simplemente no está bien terminado, y comprar un juego para que tenga un desempeño muy pobre en tu sistema o de plano el comando "Aprieta Enter para comenzar" no sirva (hay que usar el mouse) es una burla. En fin, un proyecto desafortunado que, sorpresa, no llegó a un buen fin. Esperemos que futuros parches corrijan los errores actuales y que el multijugador, lo más rescatable, nos dé un poco más de lo que ofreció la campaña. No recomendado.
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