Todos los
hombres tienen sus cicatrices, algunos las llevan por fuera y se avergüenzan,
otros son devorados por ellas y los carcomen desde su interior, ya sea por
búsqueda de venganza o por alguna fuerza más oscura que intenta abrirse paso a
través de la carne para aflorar en la superficie. Yo
yo las llevo en el cuerpo
y el alma, pero no me avergüenzo, están ahí porque he recorrido mi camino y me
recuerdan que a este tigre todavía le queda un trecho para llegar a la cima.
El dios
del Muay Thai
Tailandia no es lugar para personas débiles, mucho
menos si tu deseo es ser el mejor peleador; esta es la cuna del Muay Thai, una
de las más feroces y brutales artes marciales que puedes encontrar, aquí no hay
limitaciones, no importa tu peso, estatura o edad, la única regla es que el
vencedor será el último que quede en pie, justo como debe ser.
Desde mi
primera pelea sabía que mi destino era convertirme en el mejor del mundo, mi
fama creció rápidamente mientras mis oponentes caían rendidos al suelo;
eventualmente, me enfrenté a Nuah Khan, el antiguo dios del Muay Thai, era un
formidable oponente, pero igual que el resto, cayó rápidamente. La gente
parecía feliz y me adoraban como si fuera un héroe, había conquistado el trono
como el mejor peleador de mi disciplina, pero no podía detenerme, todavía
existían muchos retos en el mundo, así que sólo quedaba
una cosa por hacer, enfrentarme a los demás peleadores que usaban distintos
estilos de combate.
El pequeño
jaguar
Pasó un tiempo y
no hubo grandes retos, a excepción de un tal Go Hibiki, que logró arrancarme la
vista del ojo derecho. Perdí la mitad de la visión, pero mis manos se bañaron
en una sangre que no era mía, Hibiki perdió la vida en ese combate; fue algo
extraño, era esa misma sensación de haber realizado una conquista grandiosa,
pero de alguna forma la muerte del hombre no me hacía feliz. Cuando comencé a
usar un parche en el ojo herido, muchos pensaron que me retiraría, que no
podría pelear en ese estado, pero seguí en pie. Al continuar con mi reinado en
esas condiciones, el número de retadores aumentó; al parecer, todos desean
derribarte cuando estás en la cima.
Decidí enseñar
a un joven bastante prometedor llamado Adon. Sus habilidades eran muy prometedoras, pero su orgullo lo dejaba más ciego que a mí; tal vez ese sea un
defecto de nuestro estilo de pelea, tiende a subirse a la cabeza. Sin embargo, para
mi discípulo la mayor batalla sería salir de mi sombra y tener su propio brillo,
pero era joven y descuidado; lo intentó cuando organicé el primer torneo World
Warrior, donde fue derrotado de un solo golpe por quien se convertiría en mi
rival y mi más grande obsesión.
Comentarios
Mejores
Nuevos